¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?
— El llano en llamas,
Juan Rulfo
Llegar a Los Morichales, vereda
ubicada al nororiente de Paz de Ariporo/Casanare, nos tomó cerca de cinco horas
de viaje desde el casco urbano de este municipio, por carretera en gran parte
destapada.
Antes de arribar a aquel lugar,
se debe pasar por veredas como Montañas del Totumo, punto preferido por los
viajeros para refrescarse o estirar las piernas. Hasta allí (dos horas de
camino), a pesar de ser zona rural, el entorno te hace sentir que la
«civilización» está a la vuelta de la esquina: flujo vehicular frecuente, señal
de telefonía aceptable, billares y tiendas de abarrotes, hacen del sitio una
semejanza a un municipio de sexta categoría.
La cosa se torna distinta al
dejar atrás el sector. La vía se vuelve de un solo carril y las casas a la
orilla de la carretera comienzan a desaparecer, al igual que las líneas de
energía eléctrica y los vehículos. Ya sin conexión móvil, el tiempo parece
transcurrir de manera distinta a lo habitual, ni más despacio ni más rápido,
solo diferente, como si hubieses atravesado una grieta temporal que te lleva de
una dimensión a otra.
De pronto, observas como los
montes son remplazados por matas de moriche, los espejos de agua nacen como
oasis en el desierto, y el silencio, apenas interrumpido por la fuerte brisa,
se vuelve una constante. Planicies interminables, marranos sabaneros paseando
sus crías, venados atentos al peligro, galápagas y babillas dándose un baño de
sol y aves de todos los tamaños y colores, completan el cuadro.
Aquí la frase: «El llano es un
paraíso», muchas veces sobreactuada, cobra vigencia.
Mi visita a Los Morichales
lastimosamente no obedecía a una excursión turística o una salida recreativa.
En virtud de mi calidad como apoderado judicial dentro de un proceso policivo,
debía estar presente en la audiencia de inspección ocular a realizarse en los
predios objeto de litigio.
El objetivo de la inspección era
constatar la perturbación a la posesión ejercida por los demandados hacia mis
clientes, la cual se materializa en el impedimento de poder cercar sus fincas y
luego venderlas.
Padres, hijos y hermanos se
disputan a la vieja usanza el derecho a la propiedad sobre terrenos que aducen
pertenecerles. Entre agresiones físicas y verbales, amenazas de muerte e
intimidaciones, aquella familia transita el círculo maldito que rodea desde
siempre a la tierra en Colombia: usurpación, despojo, odio y venganza.
Bajo la candela inclemente del
sol de marzo, rodeado de rostros cuya piel ese mismo sol y muchos otros soles
se encargaron de oscurecer, el funcionario responsable de verificar los
linderos hacia su trabajo. Yo me limitaba a contemplar un gran estero que
estaba cerca de nosotros, el cual, nos enteraríamos después, es una de las
principales razones de aquel conflicto.
Al ser la única fuente de agua
para los animales en el verano, nadie está dispuesto a perder la posibilidad de
usufructuar este recurso, así toque atentar contra la integridad de una
persona, sin importar siquiera si es un familiar.
Irónico, la riqueza que hace
inigualable este lugar, al mismo tiempo provoca los males de quienes lo
habitan.
Me pregunté entonces, porque
Dios, o a quien corresponda el mérito, se tomó la molestia de crear este
paraíso para luego abandonarlo, para permitir que la injusticia obre a sus
anchas. Al ver el horizonte, obtuve la respuesta. Dios no lo abandonó, solo que
al crear tal infinitud, no se percató de la imposibilidad posterior de verlo
todo, dejando puntos muertos en los cuales bien podría el hombre cometer sus
fechorías.
Revisados los linderos, y con la
promesa clara oscura de los demandados de permitir cercar ciertos puntos,
aguardando por el dictamen pericial y el fallo del proceso para la cerca total
de los predios, emprendimos el viaje de regreso.
Esfumado el embeleso con el que
llegué a Los Morichales, se me hizo tan lejano este llano a esa versión espléndida
y tranquila replicada en muchas partes. Pero creo que más que lejano, es
desconocido. Este llano siempre ha estado ahí: el robo de ganado, la usurpación
de tierras, las corridas de cerca, presencia de grupos armados y la ley por
mano propia, no son fenómenos recientes.
El llano, como la luna, también
tiene su lado oscuro, ese que casi nadie ve o del que poco se quiere hablar,
ese que no sale en las espectaculares imágenes publicadas en Instagram o
Facebook. Es un lado agreste y recio, implacable con quien osa habitarlo, y
nada indulgente ante el mínimo indicio de fragilidad.

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